NAVIDAD CON LOS EMPOBRECIDOS DEL MUNDO
Queridos amigos: Siempre
comenzamos un nuevo curso con renovados deseos, nuevos proyectos, objetivos,
ideales, etc. Pero, después la realidad nos sale al encuentro con no pocos
obstáculos que dificultan el cumplimiento de lo que nos proponemos alcanzar.
Uno se va ya sintiendo algo cansado delante de existencias entusiasmantes sí,
qué duda cabe, mezcladas, sin embargo, con la dureza y el polvo de un camino no
fácil de recorrer, con muchas piedras y baches transmutados en preocupaciones,
incertidumbres, precariedades, enfermedades, impotencia, rabia contenida y
alguna que otra incomprensión.
Pero, a pesar de todo, yo no
me resigno a perder la fe en los ideales, o mejor dicho en el Ideal que ha
guiado y sigue guiando toda mi vida. Cantábamos en los años jóvenes, con
jóvenes entusiastas entonces, que “lo importante es seguir luchando”, y, no
pocas veces, escuchábamos a Paco Ibáñez, en “Palabras para Julia”, hermoso
regalo de Goytisolo, que decía: “...nunca te rindas ni te canses”. Yo lo sigo
escuchando y cantando e intento hacerlo realidad. Encarnación, creo, de una fe
en el Dios Encarnado, el Altísimo sí, pero de carne y huesos, hecho la más
débil debilidad jamás por nadie alcanzada, para desde ahí levantar a todos los
caídos, abatidos por horrendas explotaciones, desprecios, marginaciones,
racismos o etnicismos, cultura de indiferencia ante el dolor del otro, cultura
de muerte.
Todo lo
anterior, os lo digo a propósito del blog que un día comencé, como una forma de
teneros muy cerca y reencontrarnos en el pausado diálogo literario, profundo y
sincero deseo de compartir nuestras vidas.
Estos
días que anteceden a nuestra entrañable y bien fundada fiesta navideña, me
recuerdan, de forma punzante, la deuda que tengo con vosotros, la de un
compromiso no cumplido, palabras que no lo son, que siguen presas en lo hondo
de mi ser, y que esta pequeña carta, o esbozo de ensayo, quisiera comenzar, una
vez más, a remediar.
Llevo
dentro muchos blogs nonnatos. Este lo escribo después de una experiencia vivida
y compartida con uno de nuestros antiguos internos.
Se
llama Antoine, es un chaval de 20 años. Comenzó con nosotros hace ya unos
cuantos años. Es el primero de una familia de seis hermanos, de etnia gando. Su
padre es el presidente de una de nuestras comunidades a quien, a pesar de todo,
le cuesta seguir el camino de Jesús. En su casa, cosa rara, es su mujer quien
corta el bacalao.
De
todos los hijos de la familia, el único que estudia es Antoine. Sólo una
hermanita pequeña acaba de comenzar a ir a la escuela.
A
Antoine le costaba sacar los cursos adelante. Yo me di cuenta e intenté
aproximarme a él con gestos y signos de confianza. Suponía que algo llevaba
dentro que perturbaba su sentir y pensar. Y así era. De su relación joven y
prematura con una chica, hija de una familia amiga, acogida por sus padres en
su casa para poder estudiar, nació un pequeño, mezcla de gando y bariba.
Los
padres no aceptaron de buen grado la nueva situación. ¿Qué hacer? La tradición
manda que el niño viva con su madre, en su casa familiar, durante dos años. Más
tarde, el niño o niña es entregada al cuidado de la familia paterna. Sin
embargo, como Antoine quería a su amiga, hizo todo lo posible para que ésta se
quedara con él en su casa. Así se acordó, pero esta situación no duró mucho,
pues la madre, de carácter muy dominante, no se entendía con la mujer de
Antoine. Y al final la buena chica decidió irse a su pueblo, con su familia.
Desde
el principio de estos acontecimientos, los padres de Antoine le obligaron a
abandonar sus estudios y a volver a trabajar en el campo. El así lo hizo,
preocupado por alimentar a su pequeño hijo y su joven mujer. Un día hablamos de
todo este tema. Yo vi que Antoine debería seguir sus estudios y pensar lo mejor
para el futuro común. Y él volvió con nosotros. Estuvo un año y no le fue mal,
aunque la relación con sus padres no era nada buena.
Al año
siguiente, Antoine no regresó a nuestro Hogar-Internado. Pregunté y me dijeron
que se alojaba con otros estudiantes en una habitación alquilada. Le hice
llamar para venir a hablar conmigo y que me explicara el porqué del abandono
del internado. Y él me dijo que su padre se negaba a darle dinero y él no tenía
para pagar lo que nosotros les pedimos. Os informo que lo que chavales pagan
aquí son 25000 francos CFA al año, exactamente 38€. Eso sí, ellos aportan su
propia comida que cocinan y comparten en grupos. Con todo eso, tienen las
mejores instalaciones de Bembéréké, luz, agua, salas de estudio, biblioteca, campo
de deporte, duchas, etc. E incluso profesores de apoyo. Todo sencillo, pero muy
digno y bien construido. Y a nadie se le excluye por no pagar (que no son
pocos). Este servicio le supone a la misión un déficit de casi 4000€ anuales,
déficit que yo intento satisfacer con aportaciones de personas, compañeros,
parroquias y amigos con los que yo mantengo relación.
Antoine
vive, como os dije, en una habitación alquilada con otros dos chavales más. Ni
agua, ni luz, ni ducha propia, ni mesa ni sillas para estudiar. Como tantos y
tantos otros. Y no recibe dinero de sus padres. Todos los fines de semana se va
a trabajar de jornal para pagar el alquiler y enviar algo de dinero a su mujer.
Se defiende, bueno, muy mal se defiende, con eso y algo de grano, maíz, mijo,
iñame, etc., que sus padres le dan de vez en cuando, gracias al trabajo del
campo que él hace durante los tres meses de vacaciones. Y ¡cuántos Antoines
tenemos!.
Uno de
sus hermanos, de doce años, para huir de la miseria, se acaba de ir a Nigeria a
trabajar al campo. Dije bien, doce años. Allí, como os comenté en otra ocasión,
trabajará como esclavo infantil durante un año, siete días a la semana, de sol
a sol. Doce años. Y al final, a lo sumo, conseguirá una pequeña moto,
probablemente de segunda mano, que no podrá conducir, y que su padre obligará a
vender para comprar unos sacos de maíz o algo por el estilo. Y ¡cuántos
millones de niños, de 12, 11 y hasta 8 años, como el hermano de Antoine! ¿400
millones? Tal vez más. Y con ellos se juega, con bonitas palabras, en torno a
grandes mesas redondas, con micrófonos y agua mineral.
Deseo
un mundo más justo, más fraterno, más solidario, un mundo donde los
empobrecidos sean los primeros. Me gustaría ver una vida angustiada, pero llena
de esperanza. Una angustia positiva, que te empuja al combate, a la lucha, que
compromete realmente, que se transforma y transforma a todos en familia única
de hijos y hermanos. Para eso nace POBRE entre los pobres, y desde ahí unir y
abrazar a toda la humanidad en un abrazo eterno. Yo ya os abrazo a todos. Que
vuestros nobles deseos se cumplan igualmente. ¡PAZ Y BIEN!. Alejandro.
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